Por Apoorva Mandavilli y Sheryl Gay Stolberg | Dos médicos asesores de Donald Trump sugieren permitir la circulación entre la gente más joven para alcanzar “la inmunidad comunitaria”.
Cuando la pandemia del coronavirus surgió, dos profesores de la Universidad de Stanford —los médicos Jay Bhattacharya y Scott W. Atlas— coincidieron en la preocupación de que los confinamientos estaban generando una devastación económica y social. Ahora, Atlas es asesor científico del presidente Donald Trump, un cargo con gran autoridad dentro de la Casa Blanca. Y Bhattacharya es uno de los tres autores de la Declaración de Great Barrington, un tratado científico que propone que se permita la propagación del coronavirus de manera natural con el fin de alcanzar una inmunidad comunitaria a un punto en el que se infecte un número de personas suficiente como para frenar el contagio del patógeno en la comunidad. Aunque Atlas y las autoridades del gobierno niegan que apoyan esta postura, aplaudieron las ideas de esa declaración. El mensaje concuerda con el rechazo a los confinamientos que Trump manifestó durante su campaña, a pesar de que el país enfrenta nuevos brotes del virus.
La propuesta central, respaldada por cerca de 40.000 firmantes, es que para contener el coronavirus “se debe permitir que, de manera inmediata, las personas que no son vulnerables retomen su vida normal”, mientras que se protege del contagio a quienes están en alto riesgo. Los estadounidenses más jóvenes deben regresar a los centros de trabajo, las escuelas, las tiendas y los restaurantes, al tiempo que las personas mayores deben permanecer protegidas del virus mientras este se propaga y contar con servicios como entrega de comestibles a domicilio y atención médica. El documento sostiene que, en algún momento, habrán estado expuestos tantos jóvenes estadounidenses (y supuestamente habrán desarrollado inmunidad), que el virus no podrá seguir afectando a las comunidades. Sin embargo, no brinda detalles acerca de cómo funcionaría esta estrategia en la práctica. Anthony Fauci, el principal experto del gobierno en enfermedades infecciosas, calificó la declaración como poco científica, peligrosa y como un “verdadero disparate”. Otras personas la consideran poco ética, sobre todo para las familias multigeneracionales y las comunidades de color.
El miércoles, 80 expertos, alarmados y enojados, publicaron su propio manifiesto: el Memorando John Snow (en honor a un epidemiólogo legendario), que dice que la estrategia de la declaración pondría en peligro a las personas con padecimientos crónicos que tienen un alto riesgo de que el COVID-19 sea de gravedad y provocaría, quizás, medio millón de muertes. “Creo que es una equivocación, que es algo poco seguro, y que invita a la gente a comportarse de maneras que pueden provocar un gran daño”, señaló Rochelle Walensky, experta en enfermedades infecciosas de la Universidad de Harvard y una de las firmantes del memorando Snow. “No se debe poner en marcha una enfermedad… se pone en marcha la vacunación”. La declaración surgió de una reunión organizada en Great Barrington, Massachusetts, por el Instituto Estadounidense de Investigación Económica, un grupo de expertos dedicado a los principios del libre mercado que trabaja con el Instituto Charles Koch, una organización que apoya las causas y las organizaciones de tendencias liberales. El 5 de octubre, el día después de que se publicó la Declaración, los tres autores —Bhattacharya, Sunetra Gupta de la Universidad de Oxford y Martin Kulldorff de Harvard— llegaron a Washington invitados por Atlas para presentar su plan a un público pequeño, pero poderoso: el secretario de Salud y Servicios Humanos, Alex Azar.
Durante el transcurso de la reunión de una hora en un salón con paneles de madera del sexto piso de las oficinas centrales del Departamento de Salud, los investigadores les expusieron sus ideas al secretario y a Atlas. Posteriormente, Azar tuiteó: “Nos dijeron que respaldan firmemente la estrategia del gobierno de Trump de proteger a toda costa a las personas vulnerables, mientras abrimos las escuelas y los centros de trabajo”. Abatidos por la pérdida de empleos, el agotamiento de la pandemia y el aislamiento, y preocupados por sus hijos, hay pocas dudas de que los estadounidenses detestan los confinamientos, pese a que muchas personas siguen considerando que son necesarios para controlar al virus. También entre los científicos existe un acuerdo casi generalizado de que los confinamientos son dañinos. Incluso Fauci insinuó que otro confinamiento a nivel nacional solo debe instituirse como último recurso.
Sin embargo, en su mayor parte el desacuerdo de los científicos se centra en si los confinamientos son una medida necesaria cuando ni siquiera se aplicaron otras estrategias para contener el virus, o fracasaron. “Esto se ha formulado de manera equivocada como un debate entre el confinamiento y el no confinamiento”, señaló Deepti Gurdasani, epidemióloga clínica en la Universidad Queen Mary de Londres. David Nabarro, un enviado especial de la Organización Mundial de la Salud, exhortó a los gobiernos a no recurrir a los confinamientos como el método principal para controlar al virus. Los tapabocas, la distancia social, menos aglomeraciones, las pruebas y el rastreo son las maneras de controlar el virus a largo plazo, afirmó en una entrevista. Pero señaló que los confinamientos fueron necesarios como medida de emergencia para darles a los países el tiempo necesario para establecer estrategias que controlen el virus. “Existe una manera intermedia”, añadió Nabarro, entre los confinamientos estrictos y dejar que el virus infecte libremente a las personas. “Si tuviéramos unos cuantos líderes mundiales más que lo entendieran, no lo estaríamos debatiendo”.
Pero Bhattacharya y sus partidarios van más allá. Dicen que los gobiernos nunca debieron haber impuesto los confinamientos y nunca debieron haber tratado de instituir las pruebas para el coronavirus ni el rastreo de contactos. El principio central del manifiesto es que los jóvenes deben retomar libremente una vida normal: volver a incorporarse a la fuerza laboral, asistir a las universidades, comer en restaurantes. Así se infectarían, con la esperanza de que no se enfermen mucho, y obtendrían inmunidad. En algún momento, el virus ya no podría encontrar nuevas víctimas y se extinguiría. No obstante, algunos expertos afirmaron que la estrategia era muy poco práctica debido a la dificultad para determinar quién es realmente susceptible. El riesgo de muerte por COVID-19 aumenta considerablemente con la edad, pero cerca del 37 por ciento de los adultos estadounidenses están en un alto riesgo por obesidad, diabetes o padecimientos crónicos. Las estadísticas más recientes señalan que el 20 por ciento de las muertes por COVID-19 ocurren en personas menores de 65 años. Y alrededor de una tercera parte de las personas que se recuperaron de la enfermedad, entre ellas los jóvenes, semanas después siguen teniendo problemas con los síntomas (un fenómeno que rebaten los autores de Barrington). “Es increíblemente irresponsable” no tomar en consideración estos riesgos, comentó Nabarro.
Los científicos que firmaron la declaración no proporcionaron muchos detalles para poner en marcha sus ideas. “No sé con exactitud cómo funcionaría”, comentó Gabriela Gomes, desarrolladora matemática de la Universidad de Strathclyde en el Reino Unido y una de las 42 cofirmantes. Otro partidario, Paul McKeigue, un epidemiólogo genético de la Universidad de Edimburgo, en Escocia, señaló: “Las medidas específicas de control para evitar el contagio del coronavirus no son mi área de especialidad”. La falta de un plan definido alejó a algunos posibles partidarios. Stefan Baral, epidemiógo en la Escuela de Salud Pública Bloomberg de la Universidad Johns Hopkins, asistió a una parte de la reunión en Great Barrington, Massachusetts, y dijo que apoyaba la iniciativa. Sin embargo, Baral, un ciudadano sueco que defiende el enfoque de ese país, señaló que no firmó la declaración porque no formulaba un plan para recibir a las personas de riesgo en los centros de trabajo ni en las viviendas.
Suecia adoptó una estrategia no restrictiva y proporcionó directrices a sus ciudadanos, pero les dio la opción de cumplirlas o no. Con frecuencia se habla del modelo de este país para controlar el virus sin restricciones, pero tiene una de las tasas de decesos más altas del mundo, sobre todo de la gente mayor. También sufrió pérdidas económicas similares a las de otros países nórdicos. En fechas recientes, el pueblo de Great Barrington, Massachusetts, sede del Instituto Estadounidense de Investigación Económica, se separó de la declaración diciendo que la estrategia que proponía podría “costar millones de vidas”. “A quienes se distancien de Great Barrington, debido a la confusión relacionada con la declaración, se les invita a visitar un pequeño pueblo de Nueva Inglaterra y ver cómo funciona la seguridad para el COVID ahí”, escribieron los líderes del pueblo. “Por favor, usen tapabocas”.