Diego, considerado el mejor futbolista de todos los tiempos, celebrará un nuevo año de vida.
Ícono nacional, mito viviente y admirado por la gran mayoría de los argentinos, Diego Armando Maradona cumple hoy 60 años de pura adrenalina, en los cuales influyó de manera gravitante en el fútbol mundial, que lo llevó a ser considerado “el mejor futbolista de todos los tiempos”, pero también condenado socialmente por sus actos fuera de la cancha. Maradona nació el 30 de octubre de 1960 en el policlínico Evita de Lanús, y fue el quinto hijo del matrimonio de DIEGO MARADONA y Dama Salvadora Tota Franco, que vivían en una humilde casa de Villa Fiorito.
La simple mención de su nombre en cualquier parte del mundo se asocia a Argentina y su figura fue requerida por famosos, políticos y personajes de diferentes estratos sociales.
Él enarboló como bandera su rebeldía, no solo en la cancha, sino también fuera de ella, con actos que también le provocaron la reprobación de un sector de la sociedad.
Maradona debutó en la Primera División de Argentinos Juniors el 20 de octubre de 1976, en la cancha que hoy lleva su nombre y apellido en pleno barrio de La Paternal.
A lo largo de su carrera, a fuerza de goles y habilidad, consiguió marcar récords, hitos y se emparentó a fuego con la Selección argentina, pese a que César Menotti lo dejó fuera del Mundial de 1978 y él, tal vez como revancha, logró el Juvenil (hoy sub-20) en Japón 1979.
Salió campeón con Boca. Pasó al Barcelona, donde tuvo hepatitis y le rompieron un tobillo. Se peleó con la dirigencia blaugrana y llegó a Nápoles, donde lo adoptaron como su hijo dilecto y lo elevaron al mismo sitial de San Genaro, el patrono de la ciudad.
Enfrentó las críticas, las provocó. Vivió una vida de locura, llena de presión y excentricidades, y un día la droga tocó a su puerta y cruzó el umbral.
Marcó el gol más hermoso de toda la historia del fútbol contra Inglaterra en México 86, el día del nacimiento del “barrilete cósmico”, y dejó también el recuerdo de “La Mano de Dios”, con la que engañó a propios y extraños, con una sonrisa pícara y sus rulos “Made in Fiorito”.
Tuvo sus batallas con la FIFA. Despotricó contra la AFA.
Defendió a los jugadores de fútbol y su figura siempre fue la de un líder natural, que como el Quijote, salió a pelearle a los molinos de viento, ya sea por el horario de un partido o por el dinero que les pagaban.
Alzó la Copa del Mundo en México 86. Lloró con la medalla de subcampeón colgando del cuello en Italia 90, a sabiendas de que el equipo fue apenas un resabio de lo que brilló cuatro años antes, pero le espetó a los italianos su bronca porque le silbaron el himno: “Hijos de puta”. Fue suspendido por doping. Engordó. Se peleó con la prensa.
Confesó su adicción y fue juzgado y sentenciado. Pero también fue a la prestigiosa universidad de Oxford a enseñarles un poco de “inspiración”.