En un nuevo aniversario de uno de los triunfos más resonantes de la historia de la Selección Argentina en los Mundiales, Maradona recordó el dolor con el que atravesó todo el certamen.
Junio es un mes que trae muchos recuerdos mundialistas y este miércoles se cumplen 30 años del 1-0 de Argentina ante Brasil en el Mundial de Italia 1990, con el que el seleccionado de Carlos Bilardo se metió en los cuartos de final, gracias al gol de Claudio Paul Cannigia.
El de Italia fue un Mundial más que especial para Diego Armando Maradona, que nunca pudo estar en su plenitud física. Ya desde el vamos, jugó todo el torneo sin la uña del dedo gordo del pie izquierdo por la patada de un sparring a días del debut, y luego fue castigado en cada partido por los rivales, que le dejaron el tobillo como una pelota.
"Pocas veces sentí tanto dolor como en ese Mundial. No sé cómo me aguantó el tobillo. Me acuerdo que me lo rompen con Rumania de un puntinazo, llegué al vestuario en el entretiempo y no podía pisar. El médico me dijo que no podía salir al segundo tiempo, pero era el partido que nos dejaba en octavos o afuera. Ni muerto me lo perdía, así que me infiltraron y salí a jugar", relató el Diego en una nota con Infobae para graficar cómo llegó al clásico sudamericano de octavos.
Argentina no la pasaba bien con la Verdeamarela, pero a los 37 del segundo tiempo el 10 frotó la lámpara arrancando en campo propio para sacarse a tres rivales de encima y terminar habilitando a Caniggia, que hizo el gol del triunfo. "Cuando le doy el pase a Cani, sentí un pinchazo tremendo. Yo me quedé tirado viendo cómo Cani hacía el gol y sentía un dolor infernal. Creo que me levanté de la alegría del gol, pero no sentía el tobillo", reveló.
La situación no iba a cambiar hasta la final, y Maradona agregó: "Varias veces me junté con el doc y me dijo de no seguir jugando, que no podía en ese estado. Pero yo no iba a dejar solos a los muchachos: ellos me demostraban en cada partido que dejaban la vida y yo como capitán no me iba a bajar. Por eso me infiltraban cada partido, me sacaban jeringas de líquido. Sentía como que me agarraban el tobillo con una tenaza y me lo retorcían. Solo no sentía dolor en los 90 minutos, porque lo único que me importaba era dejar todo en la cancha".
En el cierre, tras recordar que del dolor no se ataba los cordones y andaba todo el día en ojotas, Diego reflexionó: "Cuando veo que algunos se bajan por un dolor o molestia, no los entiendo. Nosotros ese Mundial lo jugamos todos rotos: yo además del tobillo, tenía los aductores casi destruidos, y no tenía uña del dedo gordo. Ruggeri tenía una pubalgia tremenda, Burru y el Checho estaban al límite, y sin embargo dimos todo", cerró.