A lo largo de mi vida, el peronismo me pone a prueba. Puso a prueba mi sensatez y mi responsabilidad políticas durante mi juvenil militancia. Desde el colapso militar en 1982, pone a prueba mi capacidad para ir más allá de la tolerancia.
La tolerancia, diría, es relativamente fácil. Mucho más difícil es pasar de ella al diálogo enriquecedor, a la valoración del otro, a la estimación de la diversidad, del disenso, al convencimiento de que estaremos más próximos de eso inasible que denominamos verdad si nos esforzamos por desentrañar lo que no comprendemos del otro, y de que la composición pragmática es prometedora y posible.
Con muchas cosas del peronismo, con muchos amigos peronistas, no tengo problemas en mantener esta tesitura superior a la tolerancia, pero en otros casos tengo. No me asusta que algún peronista exaltado me escuche y me califique de gorila; allá él. He soportado, no tan estoicamente, que un activísimo consultor de opinión me vituperara así y exhibiera una maquinita de afeitar, en un programa televisivo que, al parecer, tenía un elevadísimo rating. Me sentí obligado a responderle que yo era más peronista que él y que él era un infeliz. Consideró que lo estaba insultando. Ah, bueno.
Ese fue el fin de mi fugaz carrera televisiva. Pero no el fin de mi reflexión sobre cómo el peronismo me pone a prueba. Recordé una de las canciones fundadoras del rock nacional, La Balsa, tema inmortal que Tanguito presuntamente habría compuesto en La Perla del Once (quizás mientras yo estaba en una de sus mesas discutiendo de política).
La versión que más me impresiona es una técnicamente defectuosa, del propio Tanguito. El énfasis de su canto y del modo en que utiliza la guitarra como instrumento de percusión, refuerzan la notable energía y el poder de la letra. La letra tiene un efecto cinético excepcional y atrapante. Es imposible sustraerse del impulso a colaborar con Tanguito por conseguir mucha madera, subirse a la balsa, partir a la locura e ir a naufragar.
El peronismo y La Balsa
Muchas cosas del peronismo me recuerdan La Balsa y unos cuántos peronistas me evocan a Tanguito. Esto nada tiene que ver con pronósticos electorales. Al contrario, algunos peronistas parecen necesitar no la derrota, sino el triunfo, para naufragar perfectamente. Impresiona en ellos las energías que ponen en construir balsas y navegar con la mayor osadía hacia la locura y el naufragio. Y acompañando sus actos de la retórica adecuada, convirtiendo las palabras en alaridos. A veces es sobrecogedor.
Si hace falta dar ejemplos, que sean fresquitos. Recientemente, un grupo de nueve diputados del Frente de Todos presentó un proyecto de ley para aplicar sanciones civiles y penales a personas que nieguen o reivindiquen los delitos de lesa humanidad.
Hasta ahí, creo que se trata de una redundancia ya que la Argentina es firmante de tratados internacionales con fuerza de ley. Pero no se contentan con tan poco. Esas sanciones, según el proyecto, deberán aplicarse a quienes “desconozcan o banalicen la soberanía argentina sobre las Malvinas Argentinas, y menosprecien las políticas de salud pública que pongan en riesgo la vida en un marco de pandemia”.
No me detendré innecesariamente en explicar por qué estos cumpas contribuyen a construir balsas que conducen a la locura y el naufragio. Prefiero dar otro ejemplo, de diferente nivel. Me refiero al pensamiento de Damián Celsi, flamante intendente de Hurlingham. Celsi la tiene clara: gobernar –nos explica– es hacer militantes.
¿Y por qué es hacer militantes? Muy simple; ocurre que los gobernantes nacionales y populares dan de sí lo mejor, pero las expectativas de consumo de los sectores populares van siempre por delante de lo que los gobiernos que los expresan consiguen ofrecer, sus demandas los desbordan.
Gobernar es formar militantes porque este es el modo de zafar de esa trampa estratégica. Agrego de mi cosecha: el general, reclamando productividad en 1955 era un desubicado. Había que formar militantes, que consumen poco –doy fe– y obligan a frentes y bases a consumir poco. Como los sectores populares, al final, no se conforman con nada, organicemos una especie de totalitarismo municipal.
Los intelectuales no dejan de decir lo suyo
Un colega, fino intelectual, actualmente asesor presidencial, sostuvo durante el gobierno de Macri: “Estamos pasando de lo que [el sociólogo Juan Carlos] Portantiero llamó el empate hegemónico a un empate catastrófico. Es un Gobierno que tiene obsesiones neoliberales en un país que no va a permitir concretarlas. Quizás la Argentina se muera, pero no va a terminar siendo un país completamente neoliberal, porque hay cuestiones históricas y culturales que lo impiden” (Alejandro Grimson).
Es difícil no ver, me parece, en esas “obsesiones neoliberales” un hombre de paja: la imputación ahistórica del deseo de hacer de la Argentina un país completamente neoliberal, y a sangre y fuego. Luego, cualquier piedra puede arrojarse. Y así, justificar el refundacionalismo extremo opuesto al neoliberalismo imaginado. Justificar –por ejemplo- por parte del presidente a una docente que estaría perfectamente cómoda en un régimen totalitario “abriéndole la cabeza” a sus alumnos.
De tal modo, el peronismo que quieren ver muchos intelectuales y políticos peronistas, es algo así como una cláusula pétrea de la Constitución (en sentido lassalleano, la estructura sociopolítica que da forma a la ley) argentina. Claro, los acontecimientos y procesos históricos no entran en esta interpretación ni con calzador.
Está un poquito difícil colocar en el campo de las “obsesiones neoliberales” al desarrollismo frondicista, al distribucionismo de Illia, al autoritarismo modernizador de Krieger Vasena, así como lo está encasillar al gobierno peronista de Carlos Saúl Menem entre aquellos dispuestos a pagar el precio de que la Argentina se muera antes de ceder a la completitud neoliberal.
Pero ¿qué importa? En suma, debo darle la razón a Grimson: puede ser que la Argentina se muera. Pero no por la resistencia peronista a las “obsesiones neoliberales”. Más bien por el éxito peronista en construir poderosas balsas para naufragar. Si hay un “empate catastrófico”, ajustemos los tantos: a las “obsesiones neoliberales” de cambiar el país de arriba abajo, se contraponen las obsesiones equivalentes de algunos peronistas, en el fondo muy conservadores, de no cambiarlo nadita de nada.