Se superaron las 100.000 víctimas fatales. Baja en la edad de mortalidad e internaciones más prolongadas son las características de la estadística actual.
La Argentina superó este miércoles los 100.000 muertos por coronavirus. Pasaron poco más de 16 meses desde que el 7 de marzo de 2020 el Ministerio de Salud informó el primer fallecido por la enfermedad y conmocionó al país. Poco se sabía en ese entonces sobre el virus y mucho menos sobre la crisis sanitaria, social y económica que generaría.
Son números, son barreras que se sobrepasan, son dos canchas de Boca Juniors llenas y 15 años de fallecidos por accidentes de tránsito, pero ante todo son 100.000 vidas, 100.000 familias y 100.000 historias truncadas por una enfermedad que paralizó al mundo.
La Argentina está en el puesto 11 entre los países con más muertos desde el inicio de la pandemia y en el 16 entre los que registran la mayor cantidad de decesos por cada millón de habitantes.
En números absolutos, está entre los 11 países que alcanzaron las 100.000 muertes por coronavirus, detrás de Estados Unidos (622.214), Brasil (530.344), India (405.967), México (234.458), Perú (193.909), Rusia (141.501), Reino Unido (128.336), Italia (127.731), Francia (111.284) y Colombia (111.155). Más abajo se encuentra Alemania (91.701).
En cuanto a muertos por millón de habitantes -el dato que muestra la real magnitud del impacto de la pandemia-, la Argentina se encuentra en el puesto 13, con 2208 poco más de un tercio que el registro de Perú, que lidera el ranking con 5982. La superan también Hungría, República Checa, Brasil y Colombia, entre otros.
Dos olas, dos realidades
Mientras que pasaron 106 días entre la primera muerte registrada y las 1000 víctimas fatales; se requirieron menos de 50 días para llegar a las 10.000, el 7 de septiembre de 2020; acelerados los contagios por la necesidad del Gobierno de darle algo de aire a la economía asfixiada durante los primeros meses del Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio (ASPO).
Tras el pico de la primera ola, en octubre de 2020, y reflejadas en el espejo de lo que pasaba en Europa, todas las proyecciones anticipaban que la segunda ola golpearía en el país en el segundo trimestre de 2021, y la irrupción de nuevas variantes del virus más contagiosas y mortales y la escasez de vacunas, aceleró la velocidad de crecimiento de los casos y, por efecto, de las muertes.
Mientras que en la primera ola el pico de contagios diarios fue de 18.326, el 21 de octubre; en la segunda trepó hasta 41.080, el 27 de mayo. Es decir que el crecimiento alcanzó el 124,16% en la comparación del máximo entre ambas.
Por las características de la enfermedad, entre diez y 14 días después del registro máximo de casos crecen las internaciones en terapia intensiva y en forma paralela, las muertes. Así, 12 días después del pico de la primera ola se registró un máximo de 479 muertes en noviembre; la misma cantidad de días después del pico de la segunda, el 8 de junio de 2021, se llegó a 733. Si bien el máximo diario se informó el 22 de junio, con 792, en esa cifra se sumó la demora de carga de datos de un fin de semana largo.
Siguiendo esta lógica, en los 30 días posteriores al pico de contagios de la primera ola, 9254 personas no pudieron superar la enfermedad, mientras que en el mismo plazo de tiempo desde el pico de la segunda, fueron 16.211 los que perdieron contra el coronavirus, lo que representa un crecimiento del 75,2% y deja al descubierto la mayor gravedad de las nuevas variantes y un sistema de salud totalmente estresado.
Los terapistas consultados por TN.com.ar coinciden en que se podrían haber evitado muertes si el sistema de salud hubiera atendido de manera óptima. En concreto se refieren a la internación de pacientes intubados en guardias, shock room o en unidades coronarias no preparadas para una adecuada atención de la enfermedad. Sumado a que esos pacientes por fuera de una UTI dependen del mismo personal.
“Hay muertes que podrían ser evitadas con una atención óptima”, señaló al respecto Arnaldo Dubin, médico intensivista, profesor investigador de la Universidad de La Plata.
Varios informes de la Sociedad Argentina de Terapia Intensiva (SATI) revelaron el estado de estrés del personal de la salud por tantos meses al frente de la pandemia. Agotamiento, irritabilidad, agresividad e indiferencia son algunos de los signos que se repiten con mayor frecuencia.
En cuanto a la comparación de ambas olas, si se toma en cuenta el promedio diario, de 308 muertes cada 24 horas se pasó a 540 en la segunda.
Otra característica que distinguió a la segunda ola de coronavirus, de la mano de las nuevas variantes, es la aceleración en la velocidad de crecimiento de los contagios y de las muertes. Mientras que la Argentina demoró 238 días (casi 8 meses) en alcanzarse el primer pico de contagios; el segundo máximo se registró 218 días después (poco más de 7 meses).
Pero desde la primera muerte hasta el pico máximo de fallecimientos diarios de la primera ola pasaron 241 días (8 meses) y se registraron 31.595 muertes en total. En tanto que desde ese entonces hasta el pico de la segunda ola pasaron 232 días (casi 8 meses) y se informaron 58.623 fallecidos. Es decir, casi el doble, en un período de tiempo similar.
Efecto vacunación: muertos y pacientes críticos más jóvenes
Al mismo tiempo que la segunda ola pegó con más fuerza, acelerando la cantidad de contagios y de muertos, cambió la realidad que a diario se vive en las terapias intensivas. Con una vacunación que alcanzó primero a los mayores, la ocupación de camas y las muertes crecieron entre los grupos etarios que demoraron más en ser incluidos en la campaña de inmunización.
Hasta la segunda ola, el promedio de edad de los fallecidos era de 73 años, pero luego bajó, en su punto más crítico, a casi 66 años. Como dato adicional, el 44% de los muertos reportados en mayo pasado tenía menos de 65 años.
Si se toma en cuenta todo el período desde que se inició la pandemia hasta marzo pasado, el 32% de los fallecidos eran mayores de 80 años; el 28%, tenía entre 70 y 79 años; el 22%, entre 60 y 69, y el 10%, entre 50 y 59. Pero desde abril la proporción se revirtió: 26% tenía entre 60 y 69 años; 25%, entre 70 y 79; 17%, entre 50 y 59, y bajó al 15% los mayores de 80 años.
Así, hasta marzo las personas de entre 20 y 49 años representaban el 2,53% de las muertes; mientras que a partir de abril pasaron a significar el 4,24%. La diferencia entre ambos valores representa un crecimiento del 67,58% entre uno y otro período.
Este vuelco en la pirámide de edad de los fallecidos se explica en gran medida por el avance de la campaña de vacunación, que se inició por los mayores de 80 años, pero también porque los menores de 65 años son los que conforman la principal fuerza de trabajo del país, muchos de los que deben salir todos los días a la calle y exponerse al virus.
A eso se suma que las personas más jóvenes suelen demorar la consulta médica y cuando llegan a un centro de salud están en estado crítico, requiriendo más días de atención hasta el desenlace final, sea el alta o la muerte.
Debido a que la campaña de vacunación se abrió para menores de 40 años en gran parte del país, de sostenerse un buen ritmo de llegadas de vacunas y de inoculaciones diarias, la tercera ola se daría con mayor cantidad de personas inmunizadas.
El efecto de las vacunas es que reducen la gravedad de la enfermedad, por eso el Gobierno tiene la doble apuesta, por un lado, aumentar la proporción de población inmunizada y por otro, demorar lo más posible la circulación comunitaria de la variante Delta. Ese es ahora, el mayor desafío.