Escuchó y reprodujo los relatos de 10 personas que sufrieron la pérdida de un familiar o un amigo durante la pandemia y que representan el azote más cruel del virus en el país. Retratos de duelos en soledad, despedidas y falta de respuestas.
La Argentina llegó a los 100.000 muertos por coronavirus. En un informe especial, recolectó 10 historias que representan el dolor detrás de los números que el país cuenta día a día desde hace 17 meses.
Guillermo Abel Gómez, primer fallecido del país y de América Latina
Guillermo Abel Gómez tenía 64 años y vivía en el barrio porteño de San Telmo. Había viajado a La Vallée, París, junto a Nélida, su compañera de toda la vida, a visitar a su hija y conocer a su nieta. Diez días después de su regreso a la Argentina, el 7 de marzo de 2020 falleció en el Hospital Argerich, víctima del coronavirus. Se trató del primer muerto del país y de toda América Latina.
Guillermo y Nélida “la turca” habían llegado de París el 25 de febrero, días antes de que se decretara el aislamiento estricto y se cerraran las fronteras. Cuando el avión tocó tierra no presentaba ningún síntoma de coronavirus, pero tres días después, comenzó con somnolencia, falta de apetito, fiebre alta, tos y dolor de garganta.
Poco se sabía por entonces de la enfermedad y de sus formas de progresión y recién el 4 de marzo lo recibieron en la guardia del Hospital Argerich con insuficiencia respiratoria. Los médicos lo internaron y le indicaron asistencia respiratoria mecánica. Era diabético, hipertenso, bronquítico crónico y padecía insuficiencia renal crónica. Todas estas dolencias figuraron en su historia clínica. Falleció tres días después.
Guillermo fue un “militante histórico” del Movimiento Villero Peronista junto a Nélida, cuando corrían los años 70. Fueron perseguidos, secuestrados y torturados hasta que decidieron exiliarse en Francia. Ella estaba embarazada. De aquella época en París subsiste una semblanza del historiador Roberto Baschetti, quien conoció a la pareja en la Ciudad luz, en 1987. ”Para mí Guillermo siempre fue el Gordo. Hombre querible y compañero de fuste. Animador de reuniones y extraordinario relatador de anécdotas”, escribió en un artículo publicado por la agencia Paco Urondo.
Liliana del Carmen Ruiz, la primera médica fallecida del país y el primer caso en La Rioja
Era 20 de marzo de 2020, el mismo día que había comenzado la cuarentena en la Argentina. La noche anterior habían tronado los primeros aplausos para los médicos apostados en la primera línea de batalla contra el COVID-19. Un rato antes, Liliana del Carmen Ruiz fue internada en la clínica Mercado Luna de La Rioja, uno de los lugares donde hasta horas antes había ejercido su profesión de médica pediatra.
El primer diagnóstico fue dengue. Los días pasaron y el cuadro de Liliana fue empeorando. Los médicos decidieron practicarle un hisopado para descartar un posible caso de coronavirus. El 29 de marzo llegó el resultado. Esa misma tarde, a las 19.03, el gobernador Ricardo Quintela publicó un tuit: “Nos comunicaron recientemente del Instituto Malbrán que dio positivo el estudio a una paciente de sexo femenino y 52 años de edad”.
Liliana murió el martes 31 de marzo a las 00.35. Fue la primera médica fallecida producto del virus. Y el primer contagio registrado en La Rioja. Según datos del ministerio de Salud, fallecieron más de 500 trabajadores entre médicos, enfermeros, camilleros y personal de limpieza.
“Era una pediatra que siempre atendía el teléfono. Un domingo a las 2 de la tarde le sonaba el celular y ella atendía igual. Un paciente una vez nos golpeó la puerta a las 3 de la mañana porque el hijo volaba de fiebre. Así era mi mamá. Y eso es lo que se extraña”, recuerda Sofía Armatti, su hija menor . Y continúa: “A veces, gente que la conoció me para por la calle y llora, y yo termino llorando también”, cuenta.
Aquellos últimos días de marzo del año pasado fueron muy difíciles para la familia. “Yo me enteré de lo que tenía mi mamá por Twitter. Cuando yo lo leí, no pensé que era mi mamá, porque entonces sabíamos que era un virus que traían las personas que viajaban y volvían desde el exterior, y mi mamá tenía pendiente ese sueño, subirse a un avión”, recuerda.
“Pero después empezaron a circular fotos de mi mamá, y comentarios de gente que decía que había venido de Córdoba infectada, que se preguntaba dónde había estado mi mamá para no pasar ni cerca. Mensajes de gente que decía que era una irresponsable. Eso fue lo peor. Y ya después, a las 11 de la noche, nos confirmaron que era ella”, profundiza Sofía, y algunas lágrimas bañan sus mejillas.
Enseguida intenta recordar aquella tarde en la vio consciente por última vez: “A ella la internaron un domingo a las 19. Ya no podía hablar, le faltaba el aire. Con sus últimas fuerzas se bañó, se vistió y se fue. Ahí la despedimos. Todos pensábamos que volvía”.
Sofía tuvo un último encuentro con Liliana en la sala de cuidados intensivos de la Clínica Mercado Luna. “Cuando entrás a la terapia están todas las camas. Y vos empezás a buscar la cara que conocés. Yo buscaba la cara de mi mamá, pero fue difícil ver el estado en que estaba. El deterioro por haber estado intubada. No quise verle la cara. Estaba de cúbito prono, boca abajo, y me quedé acariciándole la espalda”. Liliana murió dos días después.
Hoy su hija honra su memoria cumpliendo un sueño heredado: está estudiando la carrera de medicina.
Sol Casella, la pasión por escribir y un adiós temprano: el conmovedor mensaje de su mamá
Impulsada por variantes más contagiosas y mortíferas que el virus original, la segunda ola tuvo un paso arrollador por la Argentina. Y su sello más triste fue llevarse miles y miles de vidas jóvenes: aquellas que no habían recibido la vacuna y salían a trabajar todos los días. Un dato contundente: entre la primera y la segunda ola, crecieron 67% las muertes de las personas de 20 y 49 años.
“Sol era una chica llena de vida. Amaba el periodismo y amaba escribir. Era joven y sana. No tenía ningún factor de riesgo. Empezaba a trabajar a las 8 de la mañana y no se levantaba hasta las 21.30. Todos los días”. La que habla es Claudia Cabrera. Su hija, Sol Casella, murió el 14 de mayo. Tenía apenas 23 años.
Le faltaban cuatro materias para recibirse en la Universidad de Lomas de Zamora, pero ya trabajaba para una agencia de noticias, un medio en Chile y era productora.
Sol publicó por última vez en Twitter el 4 de abril. Fue un mensaje de felicidad. “Escribo mucho sobre #coronavirus, pero la mejor noticia del domingo es para mi, esta vez: tener a mi abuela y abuelo vacunados con la primera dosis contra el virus después de 13 meses de incertidumbre, es un paso enorme”, expresó.
El 22 de abril, mientras llevaba adelante una de sus extensas jornadas frente al teclado desde su departamento en pleno centro de Lomas de Zamora, Sol levantó fiebre y se sintió muy mal. Esperó 72 horas y se hizo un hisopado en la clínica Sagrado Corazón, en Balvanera: dio positivo. Fue la única que se contagió en la familia.
La última vez que Claudia vio a Sol fue el 29 de abril. Lo que siguió fue un calvario para los Casella. “El 1° de mayo, la pasaron a Terapia Intermedia y, tres días después, la intubaron. Todos sus órganos funcionaban bien, pero desarrolló una neumonía bilateral. El virus atacó directamente a sus pulmones y los destrozó”, remarca. El 14 de mayo Sol hizo un paro cardiorrespiratorio y murió. Ese mismo día era el cumpleaños de su hermana Delfina.
Cuenta la mamá que los médicos quedaron atónitos por la juventud de Sol, por la ausencia de factores de riesgo, por lo absurdo de su muerte. “Cuando me avisaron, salimos corriendo al sanatorio y el jefe de Terapia Intensiva me recibió llorando: él también me dijo que no tenía explicación, porque era la paciente más joven de la Terapia Intensiva. Me decía que nunca había visto algo así, que no entendía cómo había sacado a tantos pacientes de 80 años del paro, y con ella no había podido”,
Sol se fue temprano y un montón de sueños quedaron sin cumplir. Su mamá está detrás de uno en particular: “Sol quería editar un libro con sus textos. Sus poemas, sus notas. Ya estaba trabajando en eso. Yo le voy a cumplir ese deseo”.
En su foto de perfil de WhatsApp, Claudia tiene una imagen de Sol en un aeropuerto, cuando partía para un viaje de tres meses que hizo a sus 20 años. “Pienso que ella se fue de viaje. Hoy sé que nunca nos vamos a separar. No hay adiós, no hay jamás: estamos unidas desde el alma, cruzó la puerta de embarque y subió a un avión”.
La soledad de Francisco: el virus se llevó a su papá y a su hermano en dos semanas
Francisco Hernández es de Santa Fe capital. Allí nació hace 29 años. Allí vive y trabaja como periodista. En 2018, mientras estaba en Rusia cubriendo el Mundial de fútbol, recibió la peor noticia: su mamá había muerto por complicaciones en su cuadro de diabetes. En mayo de este año, el virus mostró su cara más cruel: se llevó a Roberto, su papá, de 64 años; y a Mauro, su hermano, de 34. Francisco se quedó solo en una casa que antes estaba llena de vida.
La historia de Francisco es un retrato de la segunda ola: familias que se contagian, que pierden a más de un integrante casi al mismo tiempo, hospitales saturados. El virus en su faceta más voraz. “Al sábado siguiente del inicio de los síntomas, mi hermano comenzó a tener problemas para respirar. Hablamos con un médico y nos recomendó ir a un hospital. Fuimos el mismo día y le detectaron problemas en los pulmones, pero como no había lugar nos volvimos”, cuenta Francisco . En ese momento él, su padre y su hermano estaban contagiados.
“El lunes, Mauro empezó a sentirse peor. Se le complicaba bastante respirar. Esa noche no dormimos. El martes a la mañana llamamos directamente a la ambulancia porque no podía hacer cinco pasos: se quedaba sin aire. Ahí lo trasladaron al Hospital Cullen”, relata.
Francisco ya llevaba varios días con 39°C de fiebre, pero era el único que estaba mínimamente en pie para sostener el vendaval. “Ese mismo martes 27 volvimos a casa con mi viejo. Todavía tenía 39 de fiebre y ahí arrancó con tos, por lo que decidí llevarlo a otro hospital de Santa Fe. Cuando ingresó no tenía complicaciones en los pulmones, pero no oxigenaba bien y decidieron internarlo”, señala.
Al salir del hospital, el joven periodista recibió una llamada: su hermano Mauro saturaba muy bajo y a los médicos no les quedó más opción que intubarlo. Desde una cama con respirador, su papá también luchaba por reponerse.
El virus fue cediendo en el cuerpo de Francisco, pero fue implacable con Roberto y con Mauro. “Así pasaron 10 días hasta que el covid le perforó uno de los pulmones a mi viejo. Desarrolló una neumonía bilateral. El otro pulmón empezó a trabajar forzado. Ya no había nada que hacer”, continúa.
“Ahí me llamaron y me informaron que lamentablemente mi viejo no iba a salir adelante. Me dieron la oportunidad de ir a despedirme de él. Fue el viernes 14 de mayo. Lo fui a ver a las 14, y a las 16 falleció”, recuerda. En medio de su internación, Roberto recibió el turno para vacunarse.
En simultáneo, Mauro peleaba por su vida en el Hospital Cullen. Después de pasar cinco días intubado, el 31 de mayo, a las 17, su corazón dejó de latir. Y donde casi no hubo margen para aceptar una despedida, Francisco tuvo que afrontar dos.
En esos días, Santa Fe había vuelto a Fase 1 a raíz de una escalada de contagios. Y entre otras restricciones, el gobierno provincial había cancelado las visitas a los hospitales. Francisco ya no pudo visitar a su hermano. Desde entonces, nada es igual en su vida.
“Se fueron casi con 15 días de diferencia. Me tocó a mí encontrarme con esta casa en silencio. Y desde que pasó lo de mamá, los tres nos habíamos unido más. Los amigos de mi hermano eran amigos míos, y viceversa. Y mi papá era uno más de nosotros: siempre con un mate y un chiste tonto. Extraño tanto sus chistes tontos”, cuenta conmovido.
Los sonidos de la casa hieren a Francisco. Escenas pequeñas, cotidianas, lo atraviesan. Y la angustia se vuelve insoportable: “Me pasa cuando suena un celular. Tomé la decisión de ponerlo en silencio, porque cada vez que suena me tiembla el cuerpo entero. Todavía me despierto, solo, a las 5.10 de la mañana. A esa hora, un domingo, me llamaron para avisarme que iban a intubar a mi papá”.
Casi como una forma de combatir el dolor, Francisco intenta aferrarse a los recuerdos felices: “Mi viejo tenía un sueño. Él siempre decía: ‘yo no me voy a morir sin antes viajar en avión’. El año pasado, dos semanas antes que se declarara la pandemia, le pagué un vuelo a Río de Janeiro. Lo invité a mi hermano también. Trabajé mucho y les pude cumplir ese deseo. Eso me deja tranquilo”.
Miguel Lupis y su hija Alejandra, el vínculo que pudo traspasar la puerta de terapia intensiva
Alejandra Lupis es jefa del servicio de kinesología de terapia intensiva del Hospital Meléndez. Desde que entró en la universidad se preparó para estar al frente de los momentos más difíciles de una pandemia, pero nunca para sostener la mano de su papá en sus últimos días de lucha contra el coronavirus. Miguel falleció el 7 de junio, en el Hospital San Carlos, de Capitán Sarmiento. Como personal de salud, su hija fue la última en poder acompañarlo.
“En el inicio de la pandemia estaba muy orgullosa y sintiendo que me preparé para esto, y hoy estoy orgullosa de ser un soldado más al frente de la pandemia, pero yo no me preparé para esto”, contó .
Miguel y Teresa, su compañera de vida y mamá de sus cuatro hijos, se habían mudado a un hogar de ancianos de la localidad bonaerense de Capitán Sarmiento para estar lo más lejos posible del virus. “Elegimos ese lugar porque pensamos que a 130 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires, menos habitado, estaban más protegidos, la ilusión que uno tiene”, recordó Alejandra.
Pero hasta allí llegó el coronavirus. Primero se contagió un empleado, luego varios más, algunos ancianos y Miguel y Teresa también. Ambos estaban vacunados con la primera dosis, pero para él no fue suficiente. Llevaba siete días desde el test positivo cuando requirió ser hospitalizado y poco después de haber rechazado el respirador, falleció.
“Cuando me dijeron que lo iban a internar, sentí que pude acompañar a tantos pacientes que decía ojalá alguien le pueda dar ese instante de conexión humana y me permitieron que sea yo misma quien le tienda la mano”, recordó Alejandra y destacó que la pandemia le enseñó que “tenemos que disfrutar el presente”.
Y resumió toda su experiencia en una frase: “En esto que me toca vivir hoy, en la pérdida de una de las personas más importantes de mi vida, la pérdida más importante hasta el día de hoy, el valor del abrazo es inmenso; ese que hoy muchos tratamos de no aceptarlo o no darlo por cuidar al otro”. “Estaría bueno que todos pudieran tomar eso”, deseó.
Eran médicos, llevaban 40 años de casados y murieron con una semana de diferencia
“Vinieron para estar juntos e irse juntos”, asegura Matías Salemme. El drama de la pandemia lo golpeó de lleno: su papá y su mamá se contagiaron y murieron casi al mismo tiempo. Fue en octubre del año pasado, en el pico de la primera ola. Él hoy elige recordarlos con una sonrisa. Valorar lo que vivió con ellos en lugar de angustiarse por lo que ya no será.
Cuenta este cordobés de 38 años que ese click comenzó aquellos días en que despidió a Gustavo Salemme (67 años) y Adriana Cheble (62), que llevaban 40 años de casados y trabajaban como médicos en la capital provincial. Entonces, el celular del hijo mayor no paraba de sonar: eran mensajes que le mandaban desconocidos para enviarle condolencias y narrar alguna escena vivida con sus padres.
“Matías, yo trabajé muchos años con tu vieja en el Hospital Provincial. La voy a llevar siempre en el corazón”, decía uno. “Tu viejo fue el mejor jefe que la vida me pudo dar. Soy una agradecida de haber compartido todo este tiempo”, decía otro.
“Fueron días muy difíciles, pero haber recibido tanto amor me ayudó mucho”, señala Matías en el diálogo .
Adriana se contagió primero y, dos días después, el hisopado de Gustavo también dio positivo. “Enseguida empezaron a tener síntomas más fuertes y fueron a la guardia del hospital donde trabajaba mi mamá, y ahí quedaron internados por una neumonía bilateral. El cuadro se fue complicando y no hubo salida: el 9 de octubre falleció mi papá; y el 16, mi mamá”, cuenta.
“Se conocieron de chicos. Cursaron, se recibieron, trabajaron juntos y se fueron juntos”, resume Matías en alusión a la historia de amor de quienes lo trajeron al mundo. Y revela la enseñanza que -asegura- le dejó la pandemia: “¿Viste cuando te dicen ‘Disfrutá un poquito más, porque no sabés qué puede pasar’? Bueno, uno tiene que amar un poco más y dejarse amar un poco más. Ahora. El luego siempre es tarde”.
Matías cree que los recuerdos deben ser generadores de sonrisas. Y hoy decide homenajear a Gustavo y Adriana con reediciones de los momentos que ellos más disfrutaban: “Para el cumpleaños de mi viejo, me hice un asadito y me tomé una copa de vino. Y cuando cumplió mi vieja, me fui a tomar un café al último lugar donde habíamos ido, y a la noche me comí un lomito. ¡Cómo les gustaban!”.
Lara Arreguiz, la joven que protagonizó la foto que mostró el drama de la segunda ola
Lara Arreguiz tenía 22 años y una debilidad: Salem, su gata ciega, negra y de enormes ojos blancos. Su amor por los animales iba mucho más allá: era estudiante de veterinaria. Vivía en Esperanza, a 30 kilómetros de la Ciudad de Santa Fe, y formaba parte de SOS Caballos, una organización no gubernamental dedicada al cuidado de estos animales rescatados tras denuncias por maltratos.
En mayo de este año, una foto de Lara recorrió el país y retrató la postal más triste de la segunda ola: el desborde en los centros de salud. La imagen mostraba a una chica pelirroja dormida en el piso del Hospital Iturraspe, en la capital provincial. Tapada por una campera de jean y con la cabeza apoyada sobre un bolso, esperando una cama que llegaría demasiado tarde. Murió poco después, el 21, un viernes de una lluvia torrencial. En una sala de terapia intensiva, de neumonía bilateral y luego de tres paros cardiorrespiratorios. Era insulinodependiente.
“Estuvo más de un día y medio esperando una cama. Cuando logró que le dieran una, estuvo en una sala común tres días; luego en una terapia intermedia y un par de horas en terapia intensiva. La pasaron a último momento”, contó su mamá, Claudia Sánchez.
La mujer relató que tras una primera consulta de Lara en el Hospital Protomédico, donde le realizaron placas y estudios, la enviaron a la casa. Con el correr de las horas, los síntomas de la joven empeoraron. Y por eso su decidió acompañarla nuevamente al centro de salud.
“Tenía todo para ser internada, pero ahí no tenían lugar. La llevé al Hospital Iturraspe. Ella estaba muy descompuesta y me decía que se iba a desmayar. Se puso a llorar, la hicieron ingresar a la enfermería y, después, otra vez a esperar en un pasillo”, describió. “Ahí me dijo que se quería acostar, mientras esperaba que la llamara el médico. Vi una camilla y consulté si podía utilizarla y me dijeron que no, imagino que por protocolo. Entonces Lara me dijo que se iba a acostar igual”, indicó.
“Por eso se acomodó en el piso. Le dije que estaba frío y sucio, pero insistió, así que pusimos una campera que ella llevaba y un bolsito mío, y una señora que estaba en la guardia la tapó con otra campera”, detalló sobre el triste momento retratado en aquella foto.
“Estuvo casi 9 horas esperando atención, no fue rápido como dijeron los médicos”, remarcó Claudia. Días después, junto a Alejandro, su marido y padre de Lara, radicaron una denuncia penal en la Agencia de Investigación Criminal (AIC) por los presuntos delitos de “homicidio culposo y abandono de persona”. Acusan al personal médico, de enfermería y seguridad de los hospitales Protomédico e Iturraspe Nuevo y Viejo.
“Estábamos siempre juntas. La recuerdo con una sonrisa hermosa, con mucho amor. No nos dábamos cuenta, pero era un ángel. No tenía maldad. Era la persona más buena y maravillosa que conocí en toda mi vida. Nunca voy a conocer a alguien igual a ella. Era una persona muy fiel”, dijo Micaela, una de sus grandes amigas
Cristina Lorenzo, una enfermera que dejó la vida trabajando para los demás
Cristina Lorenzo era una enfermera histórica del Hospital de San Isidro. Tenía 62 años y cuando el coronavirus llegó al país fue una de las trabajadoras que decidió seguir atendiendo a sus pacientes a pesar de estar eximida por su edad y, mientras hacía su tarea, se contagió de coronavirus. “Cristina decidió seguir trabajando, decidió seguir estando al lado del paciente dándole su apoyo y solidaridad”, cuenta a TN.com.ar Miguel Ángel Pereyra, director del Hospital de San Isidro.
Cuando Cristina enfermó y su cuadro se agravó se atendió en el mismo hospital en el que había cuidado de tantas personas. Si bien le hicieron una transfusión de plasma de convalenciente, no resultó porque su cuadro de neumonía estaba muy avanzado.
El día que falleció una imagen recorrió las redes sociales y conmovió a la comunidad de San Isidro: mientras las casa funeraria se llevaba el féretro de Cristina a través de la puerta del hospital, todos sus compañeros se pusieron en fila y la aplaudieron. “Era lo menos que merecía ella”, asegura Pereyra. “Fue una de nuestras mejores enfermeras. Era una docente y compañera excepcional. Era una trabajadora incansable y una defensora de los derechos de sus compañeros”, cierra el médico.
Cristina es una de las 500 profesionales de la salud, entre médicos, enfermeros y personal de limpieza, que dejaron su vida en la lucha en la primera línea contra el coronavirus.
Santiago, un joven de 26 años que murió mientras esperaba un trasplante de pulmón
Santiago Galeano tenía 26 años. Era estudiante de arquitectura, fanático de los podcast, de Harry Potter y de los comics. Durante la cuarentena se había comprado una impresora 3D para aplicar sus conocimientos de arquitectura y vender réplicas de edificio icónicos. El último que hizo fue un pequeño Camp Nou para su papá.
Murió de coronavirus en diciembre del año pasado, después de pasar dos meses y medio internado con una neumonía de bilateral por coronavirus. El virus le había hecho tal daño a sus pulmones que desde Santa Fe, donde vivía, lo trasladaron a la Fundación Favaloro para hacerle un trasplante de pulmón. Santiago no resistió y murió un día después de llegar a Buenos Aires.
Si bien habían sido muy cuidadosos, Santiago y sus padres se contagiaron al mismo tiempo en pleno pico de la primera ola. Pero fue él quien tuvo los síntomas más agresivos. “Después de pasar varias noches con fiebre, un día nos mandó una foto con una mascarilla de oxígeno en el hospital. Y nos dijo que no quería hablar de eso por ahora. Le mandamos fuerzas y le dijimos que iba a salir”, cuenta a Tn.com.ar Ariadna Navone Sarubbi, amiga de Santiago.
El estado de Santiago empeoró y cuando el virus le provocó una neumonía bilateral lo pasaron a terapia intensiva. A partir de ahí, su mamá armó un grupo de WhatsApp con sus amigos para pasar los partes diarios y organizar cadenas de oración porque Santiago ya no podía hablar. Sobre el final, había más de 100 personas en ese grupo.
“Dos veces pidieron 20 donantes de sangre y en menos de dos horas ya habíamos conseguido lo que hacía falta. Los mensajes para ayudar a Santi se movieron por toda la ciudad”, recuerda Ariadna.
Sus amigos incluso le compusieron y grabaron “No tardes”, una canción para pedir por su recuperación: “Abrí los ojos cuando quieras, no tardes, nosotros estamos bien. Solo te estamos esperando, no tardes, hace doler”.
A fines de noviembre le dieron el alta epidemiológica, pero como el cuerpo de Santiago ya no respondía, y el joven había sufrido dos veces un colapso en sus pulmones, el 10 de diciembre los médicos tomaron la decisión de trasladarlo de urgencia a la Fundación Favoloro para que pudiera recibir un trasplante de pulmón.
“Cuando nos avisaron era una luz de esperanza para que pudiera tener una mejor calidad de vida. Al día siguiente nos comunicaron que había fallecido”, recuerda Ariadna muy conmocionada. Para ella, Santiago era un gran confidente, el que siempre la escuchaba cuando lo necesitaba. “Todas las personas que tuvimos el gusto de conocerlo lo extrañamos”, dice la joven.
A modo de despedida, cuando murió, Ariadna subió una foto del grupo de amigos a su estado de Whatsapp y le dejó a Santiango unas palabras que él hubiera entendido a la perfección: “Sé que estás bien y sos feliz. Cuida la sala común para cuando nos toque ir a Hogwarts”.
El legado de Marcela: murió después de parir y su esposo Pablo ahora cría a sus mellizos
“Mi esposa estaba embarazada de mellizos. Era un embarazo que llevaba casi seis meses. Ella falleció el 21 de mayo. El dolor no pasa”, en pocas palabras y con la mirada vacía, Pablo sintetiza a Telenoche la tragedia que le dejó el coronavirus. Marcela, su gran amor desde hacía 19 años, murió luego de que los médicos le practicaran una cesárea de emergencia. Estaba intubada porque su cuadro de coronavirus se había complicado.
“Estoy muy preocupada por los bebés, tengo mucho miedo por ellos”, le dijo Marcela a Pablo. Fue la última charla que tuvieron. Luego nacieron Francisco y Ana que, después de pasar varias semanas en la incubadora, pudieron irse a casa con Pablo y con Ignacio, el hijo de 6 años de ambos.
“Después de la cesárea, mi esposa volvió a terapia. Había salido bien en el sentido de que no se complicó su cuadro. Estaba intubada y siguió con el coma farmacológico, hasta que el 21 de mayo a la una y media de la tarde tuvo el primer paro cardíaco” relata Pablo con lágrimas en los ojos. “Nos quedamos en el sanatorio hasta las 7 y pico de la tarde. Volviendo a mi casa, a las 8 y media, me llamaron para decirme que había tenido otro paro y que no lo resistió”.
La historia de Pablo circuló a través de las redes y llegó hasta Juan Patricio, que también es padre de mellizas. “Traté de ponerme a su disposición desde el lugar que pueda. Tratar de difundir el caso en las redes, donde uno a lo mejor está más activo. Hablé con él, me aceptó. Empezamos también a hablar con Ivana, que es la chica que difundió la historia al principio. Tratamos de empezar a mover marcas, de darle una mano. Esa es la realidad, no hay otra. Hay un vacío que no podemos llenar”, contó .
Marcela es una de las 137 embarazadas que fallecieron producto del virus. En 2021 murieron 96, más del doble que el año pasado. La falta de vacunas para embarazadas las puso a merced de las nuevas cepas más agresivas.
“Lo que más triste me pone es que no pudo conocer a sus bebés. Ella estaba intubada”, recuerda Pablo. Aún así, sabe que Marcela los guía y les da las fuerzas para seguir adelante: “Ella está con nosotros, no tengo dudas de que nos está acompañando”.