El abrupto descenso de los casos en el Reino Unido ha sumido a la comunidad científica en la confusión y mantiene al Gobierno de Boris Johnson en un estado de desasosiego. Teme que la ciudadanía considere la pandemia superada.
El país europeo con más muertes por la enfermedad (cerca de 129.500) se ha convertido en un laboratorio mundial de pruebas tras el levantamiento casi total de las restricciones en Inglaterra, que entró en vigor el 19 de julio, pero en lugar de la esperada continuidad al alza de los contagios, justo cuando superaban los 50.000 diarios, las cifras reflejan una drástica bajada para la que los científicos carecen de explicación concluyente.
El fenómeno es inédito en la saga del virus, ya que nunca antes se había producido una reducción significativa sin deberse a un confinamiento. El número dos de Salud Pública Inglaterra revelaba ayer que la campaña de vacunación ha evitado 60.000 fallecimientos y unos 22 millones de contagios. Como resultado, donde hasta hace poco las autoridades calculaban picos de más 100.000 positivos en agosto, la realidad sugiere que lo peor de la tercera oleada podría haber pasado. Aunque la reciente cadena de siete jornadas consecutivas de caída llegaba el miércoles a su fin, las subidas de las dos últimas jornadas (31.117 ayer) están muy por debajo de los números de hace una semana y el descenso de la media de siete días supera el 37%.
Pero lo más extraordinario no es la rapidez de la bajada, sino que coincida con el momento en que el sexto país con más casos del planeta —y vigesimoprimero en población— ha decidido jugárselo todo a la carta de la vacunación y concluir la desescalada. Boris Johnson había prometido que el conocido como Freedom Day (Día de la Libertad) no se movería del 19 de julio, tras haberse visto obligado a retrasarlo cuatro semanas por la incidencia de la variante delta. Resuelto a garantizarlo, activó la maquinaria a plena intensidad para asegurar que, para entonces, los mayores de 40 años habían tenido oportunidad de recibir las dos dosis y, todos los adultos, al menos una. El Reino Unido es uno de los países con más vacunados del mundo, con el 55,18% de la población protegida con la pauta completa (España estaba el miércoles en el 55,7%).
Pese a las reservas ante unos contagios que no dejaban de crecer, el primer ministro justificó su apuesta de seguir con el plan trazado: “Si no lo hacemos ahora, ¿entonces cuándo?”. Pero la decisión le costó el escarnio internacional. El director de emergencias de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Mike Ryan, calificó su estrategia de “estupidez epidemiológica” y Estados Unidos intensificó su recomendación de evitar los viajes al Reino Unido. Su determinación, sin embargo, ha fijado en el experimento británico la atención de un mundo ansioso por descubrir si las vacunas, por sí solas, son suficientes para mantener la enfermedad bajo control.
Aunque los efectos del fin de las restricciones se deben empezar a notar estas fechas, 10 días después de que entraran en vigor, la sensación de seguridad causada por la reciente reducción amenaza con convertir la complacencia en la gran aliada del virus. El epidemiólogo del Imperial College London Neil Ferguson, apodado popularmente Doctor Confinamiento por haber sido una de las voces que más habían presionado por esta opción en marzo de 2020, reconoce que se tardarán semanas en descifrar el impacto de la desescalada, pero, transcurridas tres desde que hubiese previsto 200.000 casos diarios en agosto, actualmente cree que “la ecuación ha cambiado de raíz”. “Y tengo la seguridad de que hacia octubre habremos dejado atrás lo peor”, dice, si bien incide en la necesidad de “cautela”.
El pronunciado cambio en la dinámica de contagio descarta que el origen sea la inmunidad de grupo, puesto que, de ser así, la evolución habría sido más gradual. Aunque 9 de cada 10 adultos tienen anticuerpos, ya sea por la vacuna o por haber pasado la enfermedad, los expertos deducen que, pese a la contribución innegable de la campaña de inmunización, la conducta ciudadana ha podido actuar como fermento de un fenómeno que ha desafiado la lógica científica.
Miedo a que el virus se refuerce
El riesgo ahora es que, si el mensaje de que lo más grave ha pasado, la población se relaje. Una de las tesis que se manejan es que, por la inminencia de las vacaciones, los británicos se hacen menos test, pero el índice apenas ha caído un 10%, por lo que no basta para explicar la reducción. Se trata del comportamiento individual, pero también de variables que escapan al control de las autoridades, como la climatología. En las últimas semanas, el Reino Unido ha experimentado altas temperaturas que facilitaron encuentros al aire libre, pero, hacia otoño, aflorarán las reuniones en el interior, facilitando el escenario predilecto de un virus que, según recuerdan los epidemiólogos, sigue circulando libremente.
Marc Baguelin, miembro del Grupo Científico de Pandemias de Influenza, admite que resulta difícil explicar “una caída tan acuciada en casos y tan simultánea en todas las áreas de Inglaterra” y, como la mayoría de expertos, identifica elementos puntuales como la Eurocopa de fútbol, o las vacaciones escolares, como grandes catalizadores: “El nivel de infección permanecerá relativamente bajo, al menos hasta que vuelvan los colegios. Creo que tendremos una nueva oleada en septiembre, especialmente porque la práctica totalidad de la población en edad escolar no está vacunada. Pero considero que podemos ser optimistas y pensar que, probablemente, solo veremos materializarse las previsiones más bajas”.
El fin de curso ha podido desempeñar un papel no solo por la menor interacción de los alumnos, sino por reducir el contacto entre adultos, que han dejado de verse diariamente a la puerta de los centros. De hecho, conclusiones preliminares del programa de localización y rastreo habían descartado que, desde su reapertura el 8 de marzo, los colegios e institutos constituyesen un foco de infección. Un informe de la Universidad de Oxford publicado la semana pasada respaldaba las pruebas rápidas como un método de control tan eficaz como el confinamiento. “El estudio demuestra que muchos niños expuestos a la covid en los colegios no resultan contagiados”, declaró su autor, David Eyre.