El equipo de Russo perdía 1-0 y se complicaba en la Zona Campeón, pero en los últimos minutos llegaron los goles de Soldano y de Cardona para quedar arriba en el Grupo A. Ahora Boca debe dar vuela la serie contra Racing. Párrafo aparte al nuevo golpe que recibió el Rojo.
Ese abrazo de titulares y suplentes, suplentes y titulares, fue un desahogo, fue un festejo de alivio, fue un gol de esos que se gritan por minutos, con fuerza, con energía, con el alma y el corazón. Boca se lo ganó a Independiente sobre la hora. Se lo dio vuelta 2-1 cuando lo tenía perdido. Pero en realidad, Boca se lo ganó a Boca. A su angustia, a esta crisis de cuatro partidos sin ganar que había experimentado, a estas dudas en las que venía navegando después de la victoria ante Inter en Brasil para acá. Por eso, este triunfo vale más que tres. Vale más que meterse en la pelea por el título a nivel local. Vale lo que vale, por lo que puede generar contra Racing, en la Libertadores.
A ese activo invalorable habrá que sumarle el cómo, la forma: el empate lo metió Soldano, tras 16 partidos sin convertir, justo cuando Russo lo piensa otra vez de titular para revertir la serie de la Libertadores. Y el triunfo lo hizo Cardona, con un golazo digno de su talento, de su magia, justo cuando Edwin era uno de los candidatos a salir contra Racing. Para un lado o para el otro, a Miguel le sirve como señales de esperanza para el partido que definirá el 2020.
Antes de eso, antes de que Boca cortara su racha futbolística y anímica, Independiente tenía el partido en sus manos. Porque en el arranque, como si estuviera guionado, como si fuera obra de algún libretista diabólico (nunca tan justo), le había mostrado a Boca lo que fue a buscar en algún momento del parate por la pandemia. Y se lo había mostrado de la forma más dolorosa, más hiriente, más paradójica: con ese gol de Silvio Romero, el delantero que el Xeneize quiso contratar, tras un centro de Fabricio Bustos, el cuatro que también quiso abrochar.
En el medio, encima, tuvo un penal para ponerse 2 a 0. Un penal que viajó de un arco a otro, en la polémica del partido: nació en una mano de González en el área local que Vigliano (juez de VAR el miércoles pasado contra Racing) no concedió como penal para Boca y que terminó, con esa atropellada de Ávila a Menéndez, en penal para el Rojo (acá sí bien sancionado). El destino quiso que Rossi concretara una especie de justicia divina al tapárselo a Roa, aunque no por ese fallo en sí, sino justamente por el anterior.
De todos modos, a Boca le costó mucho reaccionar. Salir de ese navegar de aguas profundas en el que venía. Es cierto que lo que más preocupa es la Copa, lo que más inquieta es lo que viene, lo inmediato, lo definitivo, pero otra vez el nivel general no dejaba las mejores señales. Hasta que apareció Soldano. Y la luz.
Ese gol, el 1-1, le sirvió tanto al Boca del campeonato como al Boca de la Libertadores. Porque fue el inicio de la resurrección. Porque puso al ex Unión en el terreno de la esperanza, ahora sí, para revertir la serie contra Racing. Porque le dio pie al golazo de Cardona, quien entró en la versión top con la que se había ganado la titularidad. Cuando Edwin está así, es otra historia. Es otro Boca.