Ayer se cumplieron dos décadas de la primera gran conquista del Boca de Carlos Bianchi: la Copa Libertadores que le ganó a Palmeiras en el Morumbí.
El mismo estadio y de la misma forma -por penales- con la que el Virrey había sorprendido a toda América con Vélez Sarsfield seis años atrás. El logro que se necesitaba para confirmar el exitoso trabajo comenzado a mediados de 1998 y demostrar que aquel grupo estaba preparado para conseguir resultados realmente importantes. De esos que quedan marcados para siempre en la historia.
La serie había arrancado una semana antes con el 2-2 en La Bombonera y la sensación era que el sueño se había complicado.
El doblete de Rodolfo Arruabarrena no alcanzó para aunque sea sacar una mínima diferencia como local. Los brasileños llegaron dos veces al empate. En el ambiente se respiraba una extraña sensación de desazón y los medios hablaban de utopía.
Por el otro lado, en San Pablo se vivían aires de triunfalismo. Quizá por demás. Lo que no sabían era que subestimar a su rival era el peor error que podían cometer. Y Boca sacó pecho en el mismo Morumbí.