El 20 de enero de 1960 “Farido” venció al marplatense Juan Carlos Durán por puntos en el Luna Park y le dio a Salta su primer título argentino.
El boxeo tienen esos momentos únicos que hacen historia. Que llenan de gloria imperecedera a sus protagonistas como el caso de Farid Salim al cumplirse hoy 60 años de sus histórico triunfo frente al marplatense Juan Carlos Durán, que significó para Salta su primer título argentino.
Cae el sol después de una tarde de miércoles muy calurosa en la ciudad de Salta el 20 de enero de 1960. Las radios están sintonizadas para escuchar en vivo la transmisión de la pelea tan esperada. Por los altavoces ubicados alrededor de la plaza 9 de Julio pueden escucharse las voces de Osvaldo Cafarelli en los relatos y de Julio Ricardo en los comentarios, contando una pelea que nadie quiere perderse.
Farid Salim, “Farido”, de 23 años pelea esa noche, en el Luna Park de Buenos Aires contra Juan Carlos Durán por el título argentino mediano.
El primer round fue promisorio para Durán, quien abrió las acciones con ataque decidido, a base de envíos de ambas manos, acosando sostenidamente a su rival y aunque al final este logró concretar algunas réplicas, la vuelta fue del marplatense.
Pero, en el segundo round, Salim concretó algo que ya insinuaba en el primero: sincronizar su acción con la del oponente (lo que constituye una de las grandes virtudes de su técnica boxística). Sin lanzar más golpes que Durán (incluso moviendo menos sus manos) pegaba más y recibía menos. Su defensa, hecha a base de movimientos acompasados con los golpes del adversario, era riesgosa, pero entonces tuvo éxito.
Fue parejo el tercer asalto, en líneas generales, aunque al final del mismo, Durán fue seriamente sacudido por varios impactos certeros. En el cuarto, el dominio de Salim fue neto. Logra la media distancia, abriéndose camino con una izquierda recta usada con notable acierto y ya en ella apeló a la variedad de los golpes, sin olvidar la línea baja, objetivo este que buscó con más empeño todavía en el quinto y sexto round, haciendo acusar al perdedor sus impactos al cuerpo.
Y así se llegó al séptimo round. La lucha tenía interés, porque pese al dominio de Salim, el marplatense no claudicaba, no obstante crecía la impresión de que iban mermando tanto sus energías, su temple y hasta su esperanza de victoria.
En su rincón comprendieron que por ese rumbo no había perspectiva alguna, y aleccionaron a su pupilo para que forzara la lucha. Acertado consejo; solo así podía Durán compensar el mejor boxeo de su rival. Y con el octavo asalto, comenzó la nueva faceta de la brega. Durán salió a jugarse con entera decisión. Salim apeló todavía más a su tecnicismo y hasta llegó a dar la impresión de que iba a absorber la ofensiva rival.
Pero no cedió Durán y acentuó su ataque. Lanzó golpes con profusión. Llegó con muchos a destino y terminó el round dominando. Evidentemente, no todo estaba dicho. Y tanto como la pelea en el ring, cobra calor creciente el público.
En el noveno asalto, la pelea cobró singular intensidad. Los cambios y cruces abundaban. Salim aceptaba la batalla frontal, y también en esta, su técnica resultaba valiosa: en la factura de los envíos y la precisión de los mismos. El representante salteño sangraba de la nariz y de una leve herida en el ángulo inferior del arco superciliar izquierdo. Durán mostraba en sus ojos la huella de la lucha.
En el décimo round, Durán siguió por ese cause y en él volvió a encontrar al adversario. Los puños trabajaban mucho y ambos recibían castigo. Las barras partidarias tenían frecuentes ocasiones para el grito de entusiasmo. Y el Luna hervía.
En el onceavo round, cuando Durán salió a jugarse una vez más, encontró a un Salim que no rehuía la pelea, pero mucho más dispuesto que en la vueltas previas, a emplear su boxeo, a apelar a sus piernas para un bailoteo desubicador del oponente, y mandando otra vez a su izquierda por delante cuando no a su derecha, ganándole de mano al adversario, desequilibró las acciones, colocando sus puños en apreciable mayor cantidad haciendo pasar por alguna situación crítica al marplatense, quien pese a todo, no aflojaba.
Y en el último round, se repitió lo del undécimo. Cuando el gong sonó por última vez, no había duda alguna respecto a quién era el vencedor. No la tuvo el jurado, y Farid Salim se consagró legítimo campeón de los medianos.
Apenas pasadas las once de la noche, la radio gritaba el triunfo, el diario El Tribuno disparó la sirena, la ciudad entera festejaba y el griterío se hizo infernal. Retumbó en cada punto cardinal de la ciudad y hasta los menos interesados en el deporte festejaron la victoria. ¡Salta tenía su primer campeón argentino! En la cintura de Farid Salim se ajusta un cinturón de campeón ganado a lo guapo. Ha llegado a donde pocos llegan. A esa fama y a ese título tras el cual muchos han dejado sus esperanzas y sus energías junto a las esperanzas de sus propios parciales.
Farido pudo llegar. Y llegó porque tenía sangre para hacerlo. Porque había pasta de campeón. Porque supo ser profesional consciente como antes fuera aficionado entusiasta y determinado. Siempre correcto. Siempre respetuoso del adversario. Siempre íntegro y dándose de lleno.
Farid Salim nos ha traído el primer título profesional y lo ha hecho poniendo en sus puños su talla moral junto a su fuerza física. Esta vez no estábamos allí para verlo. No pudimos aplaudirlo cuando le levantaban la diestra. Pero hubo mucho de nosotros, mucho de Salta disputando en el aire una batalla imposible contra la distancia. Y él sabía que aquí, en su ciudad, había confianza en su triunfo. Por eso se esforzó al máximo.
Pero junto a su victoria, y hay que decirlo bien alto en razón de justicia, está la victoria de una familia de deportistas donde la universidad y el box conjugan el verbo más caro de sus anhelos. Y como a un triunfador, así lo recibió Salta ciñendo el cinturón de los medianos.
¡Misión cumplida!
Esperábamos que el campeón llegara con la “Tribu”-Elías, Yiyo, Farat, Héctor, Mario, Justo y Román Salim- en tren en unos días. Sonó el teléfono, la llamada venía del aeropuerto: ¡llega Farid Salim en el avión de las trece! Lo acompaña su hermano Mario. Súbitamente, todo se transformó. Como por arte de birlibirloque, nuestras oficinas se poblaron de gente. Hubo órdenes, exclamaciones, estupor, corridas, efusión y por sobre todo emoción, mucha emoción. ¡El campeón había llegado; ya estaba aquí, al alcance de nuestros brazos y cordialidad!
La noticia electrizo la ciudad. Semblantes jubilosos y piernas ágiles, impelidas por el entusiasmo, se encaminaron presurosas hacia el hogar de Farid. Debimos abrirnos paso, pacientemente, entre la gente enfervorizada que pugnaba por ver y palmear a Farid. Por fin estuvimos frente a él. Era el muchacho de siempre. Sencillo, amplio, sonriente y cordial. Su rostro mostraba las incruentas heridas aún abiertas, que de manera elocuente y palmaria, nos hablaban de la dureza de la lucha de la noche anterior. Pero esos dolorosos rastros desaparecieron ahuyentados por el enorme espíritu del gran muchacho, que al abrazarnos cariñosamente nos dijo: -¡Misión cumplida!
No sin esfuerzo, logramos sustraer al flamante coronado, de la cerrada efusividad de su familia y sus admiradores y con él nos refugiamos en un ambiente interior. Nuestra avidez periodística es paralizada por la simpática personalidad de ese muchacho ecuánime, que después de esa brega titánica de gladiador sin haber dormido y gastado a raudales emotividad y nerviosismo, se nos prodiga íntegro y cordial, con pudorosos detalles de hospitalidad y corrección caballeresca.
Pero el deber se impone. Iniciamos el diálogo.
-Dura la faena, Farid...
-En verdad que si
-¿El round que le fue más desfavorable?
-Bueno, creo que fue el noveno, aunque en el octavo, también las pase durasà
-¿En algún momento se oscurecieron las posibilidades del triunfo? -Sin que esta manifestación implique vanidad o subestimación de mi calificado y digno rivalà ¡No! Subí al cuadrado dispuesto a vencer y solo aceptando la intromisión de la adversidad suponía la postergación de mi más caro anhelo: ser el primer campeón salteño.
-¿Planes?
-Sià, muchos, veremos cuantos se pueden concretar.
-¿El público porteño?
-Lo mejor y más grafico que puedo manifestar es lo siguiente: ¡Parecía salteño el público!
Su ancha sonrisa nos provoca nuevamente un sentimiento de consideración por creer que abusamos de su gentileza. Ahora somos nosotros los que abrazamos, al despedirnos, al valiente muchacho. Lo hacemos pensando que interpretamos cabalmente el sentir de la afición salteña, que ya ha dado cabida en su emocionada ternura, al altivo campeón y modesto muchacho Farid Salim.”
Sus planes se ampliaron y tomaron rumbos impensables en ese momento. Por estar ranqueado entre los diez mejores boxeadores del mundo, se dio el lujo de incursionar en Estados Unidos, donde protagonizó cinco peleas contra los mejores boxeadores a nivel mundial en ese momento: Teddy Wright, Yama Bahama, Joey Giambra, Robert McClure y Rubin Hurricane” Carter.
Al margen de su actividad deportiva, vivió comprometido con su familia, querido y respetado tanto en el ámbito deportivo como en el social. A Poco más de un año de su partida, extrañando su calidez, sus fuertes y amables manos y su sonrisa, celebramos sus logros con este Tributo.
Dejamos fragmentos de su carta en la que entrega invicto su cinturón de campeón y se retira del boxeo. Nos decía Farid, que el boxeo debería ser como un arte marcial. Como estudiante de medicina que fue y por conocer la dureza de sus puños, sus palabras eran más que válidas.
“Yo tengo encarado el boxeo como un deporte, como el cultivo artístico de la defensa propia; como una esgrima de los puños; de tal manera que el defensor tendría que ser siempre el más hábil junto con el más valiente; y el vencido seria aquel joven atleta que, al abandonar el cuadrilátero debería hacerlo con la misma gallardía con que baja quien cultiva cualquier otro deporte, sin ninguna otra consecuencia para lo más noble que tiene el hombre que es su salud física y mental ... Solo quiero que se lo reciba como un testimonio categórico de quien sabe que sus consecuencias podrían ser la de ser relegado posiblemente de la galería de las glorias oficiales del boxeo. Pero mi objetivo es más alto. Pienso en la grandeza de mi patria, de mi tierra integrada por una legión de hombres moral y físicamente sanos, lanzados por caminos mucho más dignos y gloriosos, donde ninguna contingencia obligue al hombre a castigar despiadadamente a otro para vivir o trascenderà Para terminar quiero rendir homenaje a mis camaradas del ring. A todos esos muchachos que nunca llegaron a campeones. Aquellos que dejaron su vida sobre el cuadrilátero ofreciéndola heroicamente en aras del espectáculo; y aquellos otros que en cada valiente derrota están dejando poco a poco en el camino pedazos precisos de su sagrada hombría.