La evidencia más reciente explora sus componentes biológicos y su carga genética. Cuáles son las diferencias cerebrales entre quien padece este trastorno y quien puede hablar con fluidez.
Durante siglos, las personas vivieron con miedo a ser juzgadas por la tartamudez, una condición que con frecuencia es malentendida como un problema psicológico causado por cuestiones como la mala crianza o algún trauma emocional. Pero la investigación presentada en una conferencia científica reciente explora sus fundamentos biológicos: la genética y las diferencias cerebrales.
“Al comprender la biología, vamos a disminuir el estigma. Vamos a aumentar la aceptación”, manifestó uno de los oradores, el doctor Gerald Maguire, psiquiatra de California, EE.UU. que está involucrado en la prueba de potenciales medicamentos para la tartamudez.
Con Bienestar habló al respecto con Iris Rodríguez (M.N. 64.010), médica del Servicio de Otorrinolaringología (ORL) del Hospital Italiano y miembro fundador de la Sociedad Argentina de la Voz, que explicó que este trastorno puede manifestarse de maneras distintas, como por ejemplo: repetición de sonidos, sílabas o palabras; por bloqueo, es decir, la imposibilidad de emitir lo que se quiere decir; o, por prolongación excesiva de las palabras.
“La tartamudez es un trastorno complejo del habla que hace que una persona se trabe involuntariamente. Las personas que tartamudean saben exactamente lo que quieren decir, pero tienen dificultad para hablar con fluidez. A veces repiten ciertos sonidos. Este trastorno puede, en algunos casos, ir acompañado de miedo, estrés, así como de tensión muscular en la cara y el cuello”, detalló la especialista.
Causas de la tartamudez
La tartamudez se documentó desde la antigua China, Grecia y Roma, pero nadie realmente tenía idea de las causas hasta que la ciencia genética moderna y las imágenes cerebrales comenzaron a proporcionar pistas.
Los investigadores identificaron los primeros genes fuertemente relacionados con la tartamudez hace más de una década. Los estudios de imágenes se observaron en los cerebros de adultos y niños mayores, y en los últimos años, el investigador de trastornos del habla de la Universidad de Delaware, Ho Ming Chow, comenzó a observar a niños de 3 a 5 años, la edad aproximada en que muchos chicos comienzan a tartamudear, teniendo en cuenta que el 80% lo supera.
Chow afirmó que las imágenes muestran ligeras diferencias cerebrales en los niños pequeños que siguen tartamudeando, en comparación con los que se recuperan y los que nunca tartamudean. Discutió su investigación en la útima conferencia de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia.
Por ejemplo, Chow y sus colegas encontraron que las mutaciones genéticas relacionadas con la tartamudez están asociadas con anomalías estructurales en el cuerpo calloso, un haz de fibras que conecta los dos hemisferios del cerebro y garantiza que puedan comunicarse, y el tálamo, una estación de retransmisión que clasifica la información sensorial a otras partes del cerebro. Investigaciones anteriores también relacionaron la tartamudez con los ganglios basales, estructuras cerebrales involucradas en la coordinación del movimiento.
“Sabemos que la tartamudez tiene un componente genético realmente fuerte”, dijo Chow. Aunque varios genes pueden estar involucrados y las causas genéticas exactas pueden variar según el niño, “probablemente afectan al cerebro de manera similar”.
El colega de Chow, Evan Usler, tartamudea, y lo comparó con “yips”, o espasmos involuntarios de muñeca, durante el golf. Dijo que la evidencia más reciente muestra que es un trastorno del control cognitivo sobre el habla.
Aún así, muchas personas creen incorrectamente que las personas tartamudean porque están nerviosas, son tímidas o sufrieron adversidades infantiles, y si se esforzaran más, podrían evitarlo.
“Tenemos un largo camino por recorrer” para cambiar esas creencias, declaró la investigadora de la Universidad de Maryland Nan Bernstein Ratner. “Todavía hay mucha mitología por ahí”.