El 20% de la población entre 15 y 24 años ha fumado cannabis durante el último año y la edad media de inicio en el consumo de porros se sitúa en los 16 años. Un riesgo al que se alude con frecuencia es el desarrollo de esquizofrenia, pero hay un peligro mucho más frecuente del que no se habla tanto: el impacto en las capacidades cognitivas.
Fumar marihuana o hachís durante la adolescencia incide de tal forma en el cerebro que no solo produce alteraciones en el aprendizaje y la memoria a corto y largo plazo, sino también al cabo de muchos años. Gonzalo Herradón, profesor de Farmacología de la Universidad CEU San Pablo (Madrid), asevera que los estudios llevados a cabo a este respecto “son muy concluyentes”.
Una de las investigaciones más relevantes, realizada en Estados Unidos y Nueva Zelanda, hizo un seguimiento de los efectos del cannabis desde la adolescencia hasta la edad adulta en una muestra de población muy amplia. “Se perdían hasta ocho puntos de cociente intelectual (CI) que no se recuperaban”, resume el experto.
La mayoría de los estudios se han centrado en las consecuencias a largo plazo del consumo frecuente y abundante de cannabis. Pero un trabajo, publicado en enero de 2019 en The Journal of Neuroscience, reveló que basta una pequeña cantidad de cannabis -uno o dos porros- para que se produzcan alteraciones en el cerebro.
THC: enemigo número 1
La planta Cannabis sativa contiene al menos 144 compuestos diferentes conocidos como cannabinoides y más de 1.100 componentes de otros tipos, como terpenoides y flavonoides. Los cannabinoides más abundantes son el tetrahidrocannabinol (THC) y el cannabidiol (CBD). El THC es el principal responsable del potencial psicoactivo del cannabis, que se traduce, fundamentalmente, en adicción, psicosis y problemas cognitivos.
El THC se une en el cerebro a los receptores cannabinoides (que existen porque contamos con cannabinoides endógenos). Esos receptores están en las zonas del cerebro implicadas en la memoria y el aprendizaje y el cannabis actúa modificando las sinapsis (que son las maquinarias moleculares para la comunicación neuronal) en esa región cerebral.
El número de consumidores adolescentes de cannabis se ha mantenido estable en los últimos 15-20 años, pero lo que sí ha aumentado últimamente es la proporción de THC que contienen los porros, lo que ha incrementado sus efectos psicoactivos.
Herradón comenta que, a diferencia de otras drogas, como la cocaína o la heroína, la intoxicación mortal por cannabis es muy difícil que se produzca. “Sí es habitual un estado psicótico -con alucinaciones, paranoias y pensamiento desorganizado- que lleva a urgencias y puede durar unos días”.
El experto advierte del peligro del cannabis comestible, introducido en un pastel o un bizcocho. “Cuando se fuma, los efectos son más inmediatos, pero la absorción es mucho más lenta cuando se ingiere, por lo que muchas personas que lo prueban de esta manera comen grandes cantidades y no son conscientes de sus efectos hasta que es demasiado tarde”.
Impacto en un cerebro que se está formando
El motivo por el que el cannabis causa un impacto muy superior en los adolescentes que en los adultos es que su cerebro está en plena formación. La droga incide en los circuitos cerebrales en una etapa clave y en un cerebro que no está preparado para esa sobreestimulación con altas concentraciones de THC. En cambio, la afectación en la edad adulta es bastante inferior porque se produce “cuando la plasticidad cerebral es ya mucho menor”.
El resultado es una mayor incidencia de lo que Herradón denomina coloquialmente “empobrecimiento mental” cuando el consumo de cannabis se inicia en la adolescencia.
Cannabis y riesgo de esquizofrenia
El riesgo de esquizofrenia asociado al consumo de cannabis también está ampliamente demostrado por diferentes estudios pero, tal y como asevera el profesor e investigador, “todavía queda mucho por estudiar”. Lo que parece claro es que fumar porros durante la adolescencia incrementa el riesgo de esquizofrenia en individuos predispuestos.
Hay que tener en cuenta que la prevalencia de la esquizofrenia (1% de la población) se mantiene constante en regiones y culturas diversas, con tasas y patrones de consumo de cannabis muy diferentes. Además, solo una pequeña proporción de los consumidores de cannabis acaban desarrollando esta enfermedad mental y, por otro lado, la mayoría de quienes la padecen nunca ha fumado marihuana o hachís.
En todo caso, hay estudios epidemiológicos que revelan que los consumidores de cannabis presentan un riesgo 1,4 veces superior de desarrollar esquizofrenia que los no consumidores. Además, se ha observado que los adolescentes consumidores de cannabis que desarrollan esquizofrenia presentan un peor pronóstico y un inicio más temprano de la enfermedad.
Una suma de consecuencias negativas
En resumen, los motivos para prevenir el consumo de cannabis durante la adolescencia se resumen en los siguientes riesgos:
Empobrecimiento intelectual a largo plazo, con alteraciones cognitivas que se traducen, sobre todo, en problemas de memoria y aprendizaje. Entre otras cosas, se produce un aumento de los recuerdos falsos.
Mayor riesgo de esquizofrenia.
Problemas de adicción. La marihuana es adictiva y, además, predispone hacia otras drogodependencias. “Entre el 10% y el 30% de quienes consumen cannabis desarrollan un trastorno adictivo que no pueden controlar”, señala Herradón. Y cuando se empieza a consumir antes de los 18 años “la probabilidad de dependencia es entre 4 y 7 veces mayor que cuando el inicio se produce en la edad adulta”.
Efectos respiratorios asociados tanto a la propia marihuana como al tabaco que se emplea en los porros.
El cannabis eleva el riesgo de trastornos mentales, sobre todo ansiedad y depresión.