1.- El empleo tiene una regla de oro que siempre se cumple: lo único seguro de un empleo es que un día terminará.
Y esa regla castiga con mayor rigor a dos tipos de empleados: a los que más ganan y a los que más tiempo han permanecido empleados.
2.- El sistema laboral convencional genera ingresos para “tontos”: intercambio de tiempo por dinero.
El mercado no valora cuantas horas trabaja una persona. El mercado paga por bienes y servicios que tienen explícito y reconocible valor. A nadie le interesa si alguien trabaja 6 horas o 60 a la semana. No es el tiempo de las personas lo que el mercado reconoce, es el valor de las cosas que recibe.
3.- Los empleos proporcionan experiencia limitada.
La otorgan en aquello relacionado con ése empleo, y poco más.
El problema de desarrollar experiencia con un empleo es que usualmente se repiten las mismas “experiencias” una y otra vez. El empleo proporciona mucho conocimiento inicialmente, pero luego éste se estanca.
4.- El empleo es una forma de “domesticar” a las personas.
El empleo enseña, fundamentalmente, cómo obedecer. Constituye una forma significativa de restricción de libertad y sometimiento a las disposiciones del sistema y la jerarquía.
El jefe premia el “buen comportamiento” y aplica disciplina cuando no se obedece o atiende una disposición.
5.- ¡El empleo no determina de ninguna manera el valor de una persona!
El desempeño laboral no lo califica para la vida. El empleo (si existiese) es una consecuencia del valor de una persona. Un efecto de la capacidad que tiene de aportar algo valioso para otros.
6.- Empleo y trabajo no son sinónimos.
Trabaja quién aporta algo. Y esto no sólo sucede en el universo del empleo. Quien no tiene un empleo no por ello puede decir “que no está trabajando”, en cuanto de todas maneras esté haciendo algún aporte o realizando el valor que tiene.
Igualmente es un error vincular el “trabajo duro”, intenso y sin pausa, a la responsabilidad y virtud. No existe ninguna relación entre productividad, valor del trabajo y el “sudor de la frente”. No es mejor trabajador quién más se sacrifica o más tiempo le dedica a la labor.
¡Mejor trabaja quién mayores resultados obtiene con el menor esfuerzo!
7.- En el sistema laboral, el profesional es un recurso que se “adapta” a las necesidades que se tienen. Es “materia prima” que se transforma por criterios de utilidad y funcionalidad.
Para los intereses del empleo vale tanto la formación y experiencia técnica del profesional como su capacidad de adaptación a las premisas del conjunto.
Los sistemas laborales desarrollan un tipo específico de profesional. Uno que constituye producto de sus cualidades personales y de aquellas que el sistema demanda.
8.- NADIE que posea un empleo insatisfactorio, uno al que acuda con pesar cada mañana, donde no se sienta apreciado ni perciba genuina realización, posee una vida de calidad.
9.- El empleo “empequeñece” la visión que la gente tiene de sí misma y del universo que la rodea.
Condiciona negativamente la mentalidad respecto a las ilimitadas posibilidades que tiene el ser humano y su destino de grandeza.
10.- El empleo condiciona los relacionamientos y la vida social.
Muchos conciben sus empleos como fuente primera y principal de relacionamiento social. Interactúan con la misma gente fuera de los límites del trabajo. Esas relaciones “incestuosas” no tienen ningún fin provechoso, ni provocan crecimiento. Los temas de conversación son los mismos, la dinámica de entendimiento de la vida no cambia, y las fronteras de la existencia se mantienen en rangos “minimalistas”.