Alberto Fernández apuntó contra Lacalle Pou y Jair Bolsonaro, oponiéndose a las negociaciones comerciales por fuera del bloque regional.
Los discursos que los mandatarios emitieron el jueves en la Cumbre del Mercosur pusieron en evidencia, una vez más, las diferencias significativas que existen entre los socios. El resto de los miembros pretende un Mercosur más abierto al mundo, algo que Argentina rechaza, poniendo trabas y ralentizando todas las negociaciones abiertas, en particular con la Unión Europea.
Alberto Fernández apuntó contra Lacalle Pou y Jair Bolsonaro, oponiéndose a las negociaciones comerciales por fuera del bloque. A su vez, el mandatario brasileño criticó con dureza la presidencia pro tempore de Argentina, ya que “dejó pendientes resultados concretos en los dos temas que más movilizan los esfuerzos recientes: la revisión del Arancel Externo Común (AEC) y la flexibilización de las negociaciones comerciales con socios extrabloque”.
La diferencia de sintonía es tajante y los intercambios discursivos con cada nueva cumbre o encuentro, lejos de servir para acercar posiciones o atemperar los ánimos, terminan por acrecentar la tensión y el clima de ruptura. Aún resuena la frase que Alberto Fernández le dedicó a Lacalle Pou: “Si somos un lastre, que tomen otro barco”.
Mientras tanto, el presidente uruguayo insiste en que su país buscará acuerdos comerciales por fuera del bloque. De hecho, Lacalle Pou participó ayer junto a Iván Duque (Colombia), Guillermo Lasso (Ecuador) y Sebastián Piñera (Chile) de un foro organizado en Madrid (donde también expuso Mauricio Macri en un panel dedicado al populismo) y ratificó sus intenciones: “Uruguay y el Mercosur tienen una posición privilegiada. El tema es que somos una región proteccionista. El mundo va hacia allá y obviamente Uruguay tiene más poder negociador si es con el Mercosur. Si no vamos todos juntos, a nuestros socios le decimos: ‘Déjennos avanzar’. Esto no supone romper el Mercosur ni la regla del consenso. Uruguay sin duda va a avanzar”.
El gobierno argentino rechaza la apertura comercial con una visión sesgada, ideológica y cortoplacista que no corresponde con la realidad a nivel global ni con los objetivos de largo plazo que debería pregonar nuestro país. Los procesos de libre comercio adoptados de forma lucida y responsable no solo conllevan efectos económicos positivos, sino también políticos e incluso culturales.
A nivel económico, el comercio permite sumarse a las cadenas globales de valor, ganar en economías de escala, aumentar la productividad y generar divisas (este último punto representa una necesidad imperiosa para la Argentina). Además, las naciones que más comercian con el mundo son las más prosperas. Cuando la economía se abrió entre los siglos XIV y XV, esto provocó la transición del feudalismo al capitalismo, generando un aumento exponencial en el nivel de riqueza disponible.
A nivel político, el comercio acerca a los Estados generando alianzas que trascienden más allá de los cambios de gobierno. Con los socios comerciales se genera una dinámica de win-win, en el que cuando uno gana el otro también lo hace: es decir, un país se beneficia del éxito de su socio porque esto le permitirá venderle más.
De hecho, el proceso de integración iniciado entre Alfonsín y Sarney a partir de la Declaración de Foz de Iguazú (que sentó las bases para lo que luego se convertiría en el Mercosur) no solo pretendía alcanzar los beneficios del comercio, sino también a partir de este eliminar toda hipótesis de conflicto armado entre Argentina y Brasil (en este punto el Mercosur tuvo un éxito rotundo).
¿Por qué los países hacen proteccionismo?
La fórmula general marca que cuanto más comercio, más riqueza, más prosperidad, más paz y una mejor relación entre los pueblos. Sin embargo, en todo sistema económico hay intereses particulares que temen perder con la apertura y que logran imponer su posición. En el corto plazo, la apertura puede generar desempleo en sectores específicos y no competitivos de la economía.
Muchos dirigentes políticos terminan patrocinando estos intereses, representando los lobbies de algunos empresarios o sindicatos. Así, favorecen el cortoplacismo y renuncian a hacer lo que sería correcto: ayudar a las empresas a ser más competitivas y mejorar su productividad para competir en un esquema más abierto, lo cual traería aparejados beneficios sociales más generalizados y significativos.
Esto no implica abrir la economía de una manera irracional e ingenua, ya que cualquier proceso de apertura debe compensar costos y beneficios, para que a la larga los últimos superen a los primeros. Pero precisamente para eso es que existen los tratados de libre comercio. Los tratados nacen producto de una negociación, en la que seguramente ambas partes deberán ceder en algunas de sus intenciones originales, y permiten administrar el comercio para salvaguardar a los sectores más débiles o considerados estratégicos.
Cuando un tratado de libre comercio se negocia de manera correcta los firmantes al final se encontrarán mejor a como estaban al inicio y con un nivel de riqueza mayor. La visión sesgada e ideológica del gobierno argentino no permite ver que el libre comercio a secas no es lo mismo que un tratado de libre comercio. Negarse directamente a negociar con el otro resulta incomprensible.
Es cierto que un proceso de apertura pondría en evidencia las cargas ridículas de nuestro sistema tributario. Nadie puede competir con el peso del Estado argentino sobre sus hombros. También desnudaría las deficiencias en términos logísticos y la falta de financiamiento doméstico.
En este sentido, el comercio internacional puede ser también un prisma a partir del cual las sociedades comprenden todo aquello que deben mejorar para ser mejores y poder competir con el resto del mundo. Por eso, lo que está en juego no es solamente el Mercosur o la renuencia del gobierno a comerciar, lo que está realmente en juego son las falencias estructurales de nuestro sistema político y económico