Macri confirmó en los últimos días de apagones masivos que tomó nota de algunas de las lecciones del manual kirchnerista: tal como hacía su antecesora, intentó transformar la debilidad en virtud y los contratiempos en oportunidad política.
Así, ese malhumor social generado por los cortes de luz, que en principio podría ser visto como un momento negativo para el Gobierno, se transformó en una vía para sacar ventaja en la “guerra de los relatos” que se libra en los medios de comunicación y en las redes sociales.
Era inevitable que el tema se politizara: los cortes de luz se habían transformado en un estigma de la década kirchnerista, y ahora sus militantes contraatacan con el argumento de que el sistema sigue fallando como antes, pero con el agravante de que las tarifas son más caras.
Pero el macrismo mostró una estrategia de comunicación. Publicó estadísticas que marcaron una caída de 40% en la duración de los cortes actuales respecto de los ocurridos entre 2012 y 2015, cuando se produjo el colapso del sistema energético.
Edenor y Edesur “culparon” a las temperaturas extremas y, casi como dando la sensación de un test superado, afirmaron que el pico de cortes de luz duró apenas un día y que su plan de contingencia les permitió bajar rápidamente la población afectada de 480.000 a 45.000, un número cercano a lo “normal” en materia de cortes.
De todas formas, el Gobierno trató de tomar distancia de las empresas. En una jugada que intentó no sólo responder a los opositores sino a las críticas de la propia coalición Cambiemos, se aclaró que no había complacencia con las eléctricas, porque desde hace un año y medio se les lleva aplicadas multas por $1.700 millones por problemas de servicio.
El Ejecutivo quiere mostrar su política actual de monitoreo semestral del servicio como una “mano dura” en materia regulatoria, en contraste con la falta de control existente en el kirchnerismo.
Durante la gestión de Cristina Kirchner, la relación con las empresas privadas había pasado por varios estadíos: de la amenaza al pago estatal de los sueldos de empleados, y de negar los problemas de infraestructura a solventar con dinero estatal la compra de equipos generadores de emergencia.
Un hito de aquellos años –el 2012, para ser más exactos– fue cuando Axel Kicillof les dijo a los representantes de las compañías energéticas: “Por la plata no se preocupen, es problema mío”.
El apagón y el cambio cultural
Ahora, la gestión macrista se da el lujo de anunciar una suba de tarifas en pleno apagón. Recibió críticas, naturalmente. Hubo actos callejeros de repudio, como era esperable. El tema estuvo en la TV y posiblemente le haya ocasionado un costo político al presidente Macri.
Pero el aumento se implementó. Desde el viernes pasado, corre el nuevo esquema por el cual se llevará el costo del servicio eléctrico hasta un 32% más caro.
Y el solo hecho de que, en un contexto recesivo y, para colmo, en medio de un verano con apagones, se haya instrumentado una suba tarifaria sin que ello haya derivado en un caos social o una crisis política, es todo un síntoma de los tiempos.
Desde el punto de vista del macrismo, representa un “cambio cultural” del mismo tipo que el que posibilitó la adopción del duro programa fiscal de déficit cero. En las últimas horas varios recordaron la polémica frase del ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, que explicaba ante inversores que habría sido imposible aplicar el duro programa económico sin que existiese un consenso social sobre su necesidad.
“Esto nunca se había hecho en Argentina sin que caiga el Gobierno, un ajuste fiscal de esta magnitud”, había dicho el ministro, en una frase que levantó muchas críticas pero que conceptualmente refleja un hecho del que el propio Macri se enorgulleció ante sus colegas del G20.